La cabeza me da vueltas como si 50 derviches hubieran hecho de ella su lugar de meditación.
Pienso en esto, en aquello y en lo de mas allá y mi única conclusión es que no hay nada mas corrosivo que el tiempo muerto.
Siempre he sido una mujer soñadora, llena de proyectos e inquietudes pero es prácticamente imposible hacer nada desde aquí, desde donde yo me encuentro.
Hay quien dice incluso que no tengo derecho a quejarme, pero que coño, si existe el derecho, alguien tendrá que hacer uso de el, del quejido, de la pataleta, del berrinche... No son propiedad exclusiva de los niños.
Y mientras tanto me agarro a mi rutina, es lo único que tengo y espero ansiosa a que alguien me lance la soga y no precisamente para atarla al mi cuello (Malditos malpensados) si no para agarrarme a ella con uñas y dientes e intentar salir de esta tormenta de arena que no me deja ver mas allá de mañana.